Nunca fue tarea fácil acercar la historia al gran público. La periodista Nieves Concostrina tiene el mérito de haberlo logrado. Desde los micrófonos de la radio y desde las páginas de sus libros, la rodalquilense (como la gran Carmen de Burgos) saca más de una sonrisa a escuchantes y lectores con su interpretación crítica y mordaz, a veces tierna, de la historia. Critica y mordaz con autócratas y poderosos sin escrúpulos, tierna y cercana con subalternos y víctimas de abusos de todo tipo, que son los grandes olvidados del relato histórico.
Bajo este prisma, en Menudas Quijostorias, Nieves Concostrina aborda el Quijote, desde dentro (el autor y la obra) y desde fuera (el contexto histórico), logrando quitarle una capa de la pátina académica de los ríos de tinta que se han vertido, y situándolo en un lugar en el que a Cervantes le habría gustado, en el del lector raso.
La obra se compone de una introducción titulada “Un escritor entre dos siglos, tres reyes y catorce papas”, una primera parte dedicada a “Don Quijote y Don Miguel”, una segunda parte en la que la autora introduce al lector en “La España de la época” y un epílogo que bajo el nombre “La farsa de unos huesos” aborda la muerte, el funeral y la controvertida búsqueda de la tumba de Cervantes.
En la primera parte, Nieves Concostrina escribe con su estilo inimitable, lleno de humor, pero no exento de rigor, sobre el origen tanto intelectual, en la cárcel de Sevilla o en la Cueva de Medrano, como físico del Quijote, con la aparición del editor Robles y la premura con la que se hizo todo porque Cervantes necesitaba el dinero.
«Desde cinco o seis años antes de la impresión del Quijote, las aventuras del hidalgo eran conocidas en forma de novela corta que recogía un par de aventurillas. Esa novelita, que había corrido como manuscrito, copiada a mano, disfrutó de relativo éxito, y como Cervantes no vio un céntimo de aquella obra, pensó: pues si a la gente le está gustando tanto la novelita, voy a ver si la amplío, la hago más gorda y le saco unos cuartos. Esa novela ampliada es la que le ofrece a un librero de Valladolid, Francisco de Robles, con quien tenía cierta amistad […] Le hizo firmar la cesión de derechos y le dio una birria de adelanto […] Se sabe que no fueron más de 100 ducados, una cantidad irrisoria que tira el alma a los pies, […] pues 100 ducados equivaldrían a 200 euros. Es lo que debió cobrar Cervantes por ceder al editor una de las obras más grandiosas de la literatura universal.»
También aborda determinadas situaciones de la época que Cervantes recogió en el Quijote. Por ejemplo, el tema de los escribanos sale a relucir a partir de la carta que manda don Quijote a Dulcinea desde Sierra Morena. Don Quijote le pide a Sancho que busque a un maestro de escuela o un sacristán para que pase a papel la carta que el pobre Sancho ha memorizado, porque estos escribían con una letra cortesana legible, y no a un escribano puesto que estos usaban la letra procesada, una letra ilegible que desfiguraba la traza y alargaba exageradamente sin separar las palabras, porque así ocupaban más espacio y como cobraban por planillas el precio se incrementaba. Así, don Quijote le dice a Sancho: «no se la des a trasladar a ningún escribano que hace la letra procesada que no le entenderá Satanás». «Queda claro que en tiempos de don Quijote, al último que había que recurrir para escribir una carta era, curiosamente, a un escribano.»
La segunda parte de Menudas Quijostorias aborda más aspectos sociales, como el matrimonio, los libros de caballerías, la higiene y la medicina, los hidalgos pobres, los disciplinantes, la Santa Hermandad, los moriscos, las comidas o las peculiares modas de la época, como las de los hombres que llevaban bragueta para marcar paquete, o la de las mujeres que comían barro para tener la tez más blanca. Comer barro generaba un trastorno llamado opilación que «provocaba anemia y una extrema palidez. Era una moda muy extravagante tan extendida durante el Siglo de Oro que quedó plasmada en obras de arte, en romances, en teatro… Un verso de finales del siglo XVI decía: “Niña del color quebrado, o tienes amores o comes barro”». Al parecer, el búcaro que la menina María Agustina Sarmiento ofrece a la infanta Margarita en el famoso cuadro de Velázquez no era para beber agua sino para comer.
Termina el epílogo dedicado a los restos de Cervantes con el epitafio que le dedicó el cervantista Luis Astrana Marín:
«Que todo el monasterio le sirva de tumba. Y tenga sus cenizas, como sus obras, como su nombre, larga y feliz prosperidad. Llórele la Tierra, hónrele la Patria, gócenle los Cielos.»
Menudas Quijostorias es un libro que nos hace pasar un buen rato, viajando y aprendiendo con Nieves Concostrina. El mérito de este libro es que es imposible leerlo sin una sonrisa, a veces una carcajada, como ocurre con Don Quijote de la Mancha.
«Vale.»
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