Tu primer Quijote viajero procede de la maravillosa ciudad de Estambul. Recuerdas recorrer junto a Esther las estrechas y tortuosas callejuelas del barrio de Sultanhamet hasta encontrar el preciado tesoro. En agosto de 2004 todavía no llevabais encima un smartphone con el maps y el traductor de Google, por lo que la búsqueda del Quijote turco, plano de Estambul en mano, tenía un halo de aventura exótica propia de una película de Indiana Jones. Por supuesto, lograsteis vuestro cometido, sin látigo ni sombrero.
El librero que te lo vendió frisaba los cincuenta, era alto y tenía una nariz aguileña sobre la que descansaban unos pequeños anteojos. Con una chilaba gris a rayas, parecía salido de un cómic de Tintín. Era un tipo simpático que chapurreaba castellano. Dijo haber leído los clásicos del siglo de oro. Su favorito era Quevedo. “Poderoso caballero es don dinero…”, recitó con una sonrisa antes de mostrarte el precio del Don Kisot. Pagaste quince millones de liras turcas en billetes rojos con la cara de Kemal Atatürk. No hubo regateo.
Aquella noche regresasteis al hotel, a la sombra de la torre Gálata, con la edición turca del Quijote bajo el brazo. Un tesoro.
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