Un día viste un anuncio en televisión en el que aparecían unos niños viviendo extraordinarias aventuras desde su cama con un libro abierto. Eso querías tú. Corría el año 1984 cuando tus padres te regalaron dos de esos libros que se anunciaban. Uno de ellos era La isla del tesoro; el otro, Don Quijote de la Mancha. Eran libros ilustrados para niños publicados por la editorial Bruguera.
Abriste el regalo emocionado. Lo firmaste con tu nombre. Era tu primer Quijote, el primer libro verdaderamente tuyo. Te recuerdas leyéndolo, metido en la cama, como esos niños del anuncio, viajando por el páramo manchego con estos dos locos que confundían molinos con gigantes.
Tenías siete años. No sabías lo que buscabas en esos libros, pero intuías que allí encontrarías algo valioso. Lo encontraste. Y ese tesoro te sigue acompañando cada día.
Esta edición es uno de tus libros más preciados. Este año ha cumplido cuarenta años. Y ahí sigue batallando contra el tiempo.
CAPÍTULO PRIMERO
«En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca de carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto de ella concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mismo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de los más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años. Era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de "Quijada", o "Quesada", que en esto hay alguna diferencia en los autores que de este caso escriben, aunque por conjeturas verisímiles se deja entender que se llamaba "Quijana". Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en la narración de él no se salga un punto de la verdad».
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