lunes, 14 de abril de 2025

"El Quijote" de la RAE en el cuarto centenario




El pasado 16 de enero, el Quijote cumplió 420 años. No recuerdas que se celebrara evento alguno para conmemorar la efeméride, probablemente lo hubo porque con el Quijote siempre hay. Aunque es difícil que se repitan los fastos del cuarto centenario, en el año 2005. Te acuerdas de la cantidad apabullante de actuaciones que se realizaron. Por supuesto, en La Mancha se tiró la casa por la ventana, que no se diga. Hubo actividades, conferencias, exposiciones, cursos, documentales, programas de radio y televisión, representaciones teatrales, publicaciones de libros y artículos en prensa y revistas, relacionados todos con el inmortal hidalgo. Una mina de oro para el Cervantario. 

Ese año apareció don Quijote por los cuatro puntos cardinales. Puede que incluso el vecino del quinto se leyera el libro. Hasta Cervantes salió de su tumba para pedir a grito que lo dejaran descansar de una vez, aunque sólo lo escuchó Forges que se hizo eco en una de sus viñetas de la explotación a que se vieron sometidos autor y personajes. Terminó el año del centenario y don Quijote y Sancho volvieron a su cotidiana existencia, lejos de los focos y del mundanal ruido. 

Un recuerdo de ese cuatricentenario es este ejemplar del Quijote que te regaló Esther el 26 de noviembre de 2004. Hace más de veinte años que el libro está en tu poder. Se trata del ejemplar que más has leído y subrayado, el que más ha viajado y el que suele estar fuera de la estantería, siempre cerca. 

Esta edición de la RAE es una edición en tapa dura, manejable, de hoja fina, que contiene las dos partes. Es una edición estupenda, cómoda y popular, prologada y comentada por grandes escritores y cervantistas del momento como Mario Vargas Llosa, Francisco Ayala, Martín de Riquer o Francisco Rico. El aparato crítico está a cargo de este último, uno de los mayores cervantistas, convertido en personaje literario por sus colegas y amigos Javier Marías y Arturo Pérez Reverte. Francisco Rico murió el mes de abril de 2024. Mario Vargas LLosa falleció ayer, día 13 de abril en Lima. Seguro que ambos pensaban que no hay mejor homenaje para un libro que leerlo.

Esta edición de la RAE se abre con el artículo de Vargas Llosa titulado "Una novela para el siglo XXI", una breve y lúcida interpretación del Quijote
El escritor de Arequipa escribe:

«El sueño que convierte a Alonso Quijano en don Quijote de la Mancha no consiste en reactualizar el pasado, sino en algo todavía más ambicioso: realizar el mito, transformar la ficción en historia vivida [...]
El gran tema de Don Quijote de la Mancha es la ficción, su razón de ser, y la manera como ella, al infiltrarse en la vida, la va moldeando, transformando [...]

Al mismo tiempo que una novela sobre la ficción, el Quijote es un canto a la libertad. Conviene detenerse un momento a reflexionar en la famosísima frase de don Quijote a Sancho Panza: "La libertad, Sancho, es uno de los más preciados dones que a los hombre dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra se puede y se debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres" [...]

Esa pareja inmortal sigue cabalgando sin tregua ni desánimo. En la Mancha, en Aragón, en Cataluña, en Europa, en América, en el mundo. Ahí están todavía, llueva, ruja el trueno, queme el sol, o destellen las estrellas en al gran silencio de la noche polar, o en el desierto, o en la maraña de las selvas, discutiendo, viendo y entendiendo cosas distintas en todo lo que encuentran y escuchan pero, pese a disentir tanto, necesitándose cada vez más, indisolublemente unidos en esa alianza que es la del sueño y la vigilia, lo real y lo ideal, la vida y la muerte, el espíritu y la carne, la ficción y la vida».



 

jueves, 10 de abril de 2025

"La noche en que Frankenstein leyó el Quijote", de Santiago Posteguillo


Santiago Posteguillo es uno de los grandes escritores de hoy en día, elogiado por críticos, historiadores y por lectores de toda edad y condición, que devoran sus extraordinarios y voluminosos libros. Sus novelas sobre grandes personajes de la antigüedad lo han situado en el terreno de de novela histórica, con las memorables sagas dedicadas a Escipión “El Africano”, al emperador Trajano, a la emperatriz Julia Domna, o al mismísimo Julio César. 

Santiago Posteguillo es también conocido, tal vez menos, por su faceta de gran lector y apasionado de los libros, con tres obras publicadas sobre el mundo librario. La primera lleva por título La noche que Frankenstein leyó el Quijote (2012). El subtítulo,”La vida secreta de los libros”, deja a las claras hacia dónde apunta el autor, que escribe en el prólogo: «Este es un pequeño gran viaje que pretende mostrar al lector aquello que se esconde detrás de los libros: los autores, sus vidas, sus caprichos, ya también aquello que hay detrás de los libros como objeto». 

La noche que Frankenstein leyó el Quijote está compuesto por veinticuatro relatos cortos en los que el autor ficciona momentos clave de la historia de la literatura, como en su día hiciera Stefan Zweig en su célebre Momentos estelares de la humanidad. Lo hace siguiendo un orden cronológico, desde la antigüedad hasta nuestros días, y con una ilustración al inicio de cada capítulo. En este periplo narra desde el origen del orden alfabético en los libros que inventó Zenodoto para ordenar la inmensa y mítica biblioteca de Alejandría, hasta cómo una niña de ocho años llamada Alice Newton fue la responsable de que se publicara  a principios del siglo veintiuno una novela absolutamente genial titulada Harry Potter y la piedra filosofal

Entre sendos acontecimientos literarios el autor se sumerge en un fascinante viaje por el mundo de los libros. Navega por el origen vikingo de Dublín, de lejos la ciudad con más premios Nobel de Literatura. Aventura con el nombre del anónimo autor del  Lazarillo de Tormes, quien se ocultó con tanta astucia de la Inquisición que aún hoy en día no se conoce con certeza su identidad. Recoge el guante de una atractiva teoría que defiende que las obras de Shakespeare, en realidad fueron escritas por Christopher Marlowe, quien no murió cuando dicen que murió, sino que siguió viviendo, y viajando y escribiendo y publicando, pero con sus obras firmadas por un actor llamado William Shakespeare. Transita por la publicación de la extraordinaria Orgullo y prejuicio que una portentosa Jane Austen escribió tan sólo con veintiún años, la cual fue rechazada por los editores Cadwell y publicada por Thomas Egerton muchos años después tras el éxito de Sentido y sensibilidad

Santiago Posteguillo lamenta cómo Benito Pérez Galdós y Àngel Guimerà se quedaron sin el merecido el Nobel de Literatura (¿quién recuerda a José Echegaray?) por las mezquinas luchas políticas en la España de su tiempo. Sobrevuela las trincheras de la Gran Guerra y muestra cómo Raymond Chandler sobrevivió para poder escribir obras maestras como El sueño eterno o Adiós, muñeca. Denuncia cómo la temible Gestapo se quedó con treinta cartas y veinte cuadernos de Franz Kafka, hoy desaparecidos, tras la detención de su amiga Dora Diamant. O se acerca a la publicación de El señor de los anillos y a cómo el gran J.R.R. Tolkien se armó de paciencia para conseguir cobrar a la editorial estadounidense, que con una caradura tan grande como la luna lo había publicado libre de derechos de autor en los años sesenta. 

Pero las dos historias que hacen que este libro forme parte del Cervantario, amén de su maravillosa portada,  son las tituladas La prisión y La noche que Frankenstein leyó el Quijote, que da nombre al libro. 

La prisión narra el momento en el que Cervantes entra preso a la cárcel de Sevilla en el año 1597 acusado de un desfalco tras la quiebra del banco en el que depositaba el dinero de la recaudación. Desde la cárcel escribe una carta al rey para denunciar el procedimiento arbitrario del que es víctima. Pero las cosas de palacio van despacio.

«El rey era hombre ocupado y tardaría primero en leer su carta y luego en reaccionar. Nuestro preso de armó de la paciencia infinita del soldado en las largas campañas de guerra y, al fin, una mañana, pidió de nuevo recado de escribir.

—¿Más cartas al rey?—le preguntó con sorna el preso viejo.

    —No. El rey responderá. Hay que darle tiempo. Entretanto escribiré. Poca cosa más se puede hacer aquí. […] 

El preso nuevo llevaba días con una idea en la cabeza, con una historia de esas de… novela. Tenía que distraerse o se volvería loco.

“En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…”, empezó con decisión, y con decisión siguió un par de horas. Hasta que se le acabó la tinta y el sol dejó de iluminar bien».

La respuesta del rey tardaría dos meses en llegar y conminaba al juez Vallejo a dejar en libertad al preso, aunque no se sabe con certeza si el miserable juez hizo caso al rey, o por el contrario retuvo con artimañas legales a Cervantes unos meses más en la cárcel sevillana.

Este bien podría haber sido el origen del Quijote, aunque los biógrafos no se hayan puesto de acuerdo sobre si esto fue así o en la cárcel tuvo la genial idea que pondría sobre el papel después de salir. Incluso existe otra teoría, más legendaria que bien documentada, que defiende que Cervantes comenzó a escribir su Quijote en la cueva-prisión de Medrano, en la localidad manchega de Argamasilla de Alba. Sus habitantes tienen claro que este es el lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiere acordarse el narrador del Quijote. En cualquier caso, Santiago Posteguillo muestra cómo podría haber sido el origen de todo, al tiempo que se queja amargamente de que hoy tengamos tan presente a Miguel de Cervantes, «pero aquel 1597 lo metimos en la cárcel. Así somos», escribe. 

Por su parte, La noche que Frankenstein leyó el Quijote recrea el momento en que un grupo de ingleses, jóvenes y románticos, decidieron pasar una temporada en los Alpes suizos. El grupo estaba formado por el poeta Lord Byron, el matrimonio Percy y Mary Shelley, por John William Polidori, autor de El vampiro, y por Claire Clairmont, amante de Byron. 

Para matar el tiempo en aquel bucólico paisaje, se propusieron el desafío de escribir el relato más terrorífico. Mary Shelley se afanó en su trabajo más que sus compañeros. Por las noches Percy les leía en voz alta el Quijote frente al fuego. La lectura duró exactamente un mes, del siete de octubre al siete de noviembre de 1816, al tiempo que Mary Shelley escribía una de las obras clave de la literatura universal. La titularía Frankenstein o el moderno Prometeo

Mary Shelly se enamoró perdidamente del Quijote, tanto que aprendería español para leerlo y releerlo. No cabe duda que aquella lectura en voz alta de su marido influyó en su Frankenstein en varios aspectos, como en los múltiples narradores que utiliza, o en la adaptación de la historia del cautivo a su novela. Incluso Mary Shelley escribió con gran acierto la semblanza de grandes autores españoles (también portugueses e italianos), entre los que estaban Cervantes, Lope de Vega, Calderón o Garcilaso de la Vega. 

Santiago Posteguillo termina el relato con estas palabras: «Si Mary Shelley aprendió español para poder no ya leer, sino degustar el Quijote, ¿No deberíamos todos los que ya tenemos la fortuna de saber español encontrar algún momento de nuestra vida para zambullirnos, aunque sea solo un rato, en alguno de los maravillosos relatos que pueblan la irrepetible historia del maravilloso Don Quijote? Y pronto, antes de que los programas informáticos decidan que ya no debemos leerlo; o, para ser más justo, antes de que quienes programan los programas informáticos decidan que ya no debemos leerlo».



martes, 8 de abril de 2025

"Misión Cervantes", de Brad Thor

Hoy el Cervantario aborda el tema de cómo cocinar un superventas con la receta del bestseller made in USA, a saber: se necesita un protagonista blanco y carismático, una compañera atractiva y discreta, una revelación capaz de cambiar el rumbo de la historia, un villano extremista, a ser posible ruso o árabe o chino, varios acertijos, códigos y extraños artefactos, escenarios exóticos y lugares cargados de historia, un ritmo rápido, con mucho diálogo y capítulos cortos, y un tema que genere controversia. Todo esto se cocina en menos de lo que canta un gallo, añadiendo un misterio inicial, con unos personajes a los que se les acaba el tiempo, con la alternancia de puntos de vista entre el protagonista y su antagonista para que parezca que el malo siempre está pisando los talones, con giros y revelaciones en cada capítulo y con un final impactante y verosímil. 

Esta es la receta que utilizó Dan Brown en 2003 para escribir El código da Vinci. Recuerdas el escándalo que generó entonces, con la Iglesia católica haciéndole el juego al autor y a las editoriales, incomprensiblemente tomando ficción por realidad (¿realidad católica?), con sesudas publicaciones que rebatían cada dato aparecido en la novela de Dan Brown, que al fin y al cabo era una obra de ficción y no un ensayo histórico erudito y documentado, retroalimentando así El código da Vinci hasta convertirla en la novela más vendida del siglo veintiuno. 

No la leíste entonces aunque lo harías años después, cuando la tormenta había pasado. La novela era de consumo rápido y además dejaba la sensación de que estabas aprendiendo algo. Era una fast food literaria. Ni qué decir tiene que sería el modelo de otras muchas novelas como es el caso de Misión Cervantes, de Brad Thor. Son dos novelas idénticas, cortadas por el mismo patrón, con los mismo ingredientes y las misma preparación, aunque a Brad Thor no le salió tan jugosa, económicamente hablando, como a Dan Brown. 

Cabe señalar que si este libro está en el Cervantario es únicamente por el título. Con cierto (desa)tino, la editorial española cambió el título para atrapar a incautos como el que esto suscribe. El original es The last patriot, título más adecuado habida cuenta del contenido. La novela se publicó en inglés 2008 y la tradujo al castellano Ricardo García Pérez para la editorial Martínez Roca, perteneciente a Planeta, que la publicaría en 2013. Misión Cervantes era una perfecta desconocida hasta que no hace mucho la encontraste polvorienta en un estante de la librería La Mandrágora. 

La obra se sitúa en el contexto de la guerra antiterrorista de EEUU contra Al-Qaeda-Afganistán-Irak-Irán-etcétera, tras los atentados del 11 de septiembre de 2001. Un investigador descubre un secreto que puede dar un vuelco a la doctrina islámica. Por supuesto, hay musulmanes muy poderosos dispuestos a todo para que esto no salga a la luz. Casualmente, una pareja de exagentes de los cuerpos especiales de la Marina estadounidense se ven envueltos en el asunto cuando un asesino a sueldo trata de acabar con el investigador con una bomba en una calle de París. Los exagentes, que pasaban por allí, le salvan la vida. El asesino se llama Dodd, el investigador Nichols, la chica Tracy (a la que el autor aparta por un dolor de cabeza) y el héroe, alto y guapo y fuerte se llama Harvarth, protagonista asimismo de otras novelas de Brad Thor. Por si fuera poco, también están metidos en el asunto la CIA, el FBI, un poderoso jeque árabe y hasta el presidente de los Estados Unidos. 

El núcleo de la trama es muy rocambolesco. El investigador encuentra un precedente histórico en la lucha de EEUU contra el fundamentalismo islámico a principios del siglo XIX, siendo Thomas Jefferson Presidente de los EEUU (1801-1809). «Jefferson estaba convencido de que, algún día, el islam volvería y plantearía una amenaza aún mayor para los Estados Unidos», dice el investigador, quien echa mano de un acontecimiento poco conocido, la Guerra de Trípoli (1801-1805), que enfrentó a Estados Unidos con «las naciones islámicas de Trípoli, Túnez, Marruecos y Argelia, que constituían una amenaza peligrosa para la república norteamericana […] pues los piratas musulmanes eran el terror del Mediterráneo y de una franja del Atlántico norte en el siglo XVIII» (sic), debido a que atacaban a todo barco no musulmán para secuestrar a sus tripulantes. Jefferson, harto de pagar tanto rescate les declara la guerra. 

Aquí es donde entra en juego nuestro Cervantes y su Quijote. Jefferson, que era una persona culta y viajada, al parecer aprendió castellano exclusivamente para leer el Quijote «pues era esencial para conocer al enemigo musulmán» (sic!). Según Brad Thor, Jefferson pensaba que la clave estaba en la historia del cautivo del Quijote en la que Cervantes utiliza elementos autobiográficos de su cautiverio en Argel, pues «a Cervantes se le ocurrió la idea del Quijote mientras sufría cautiverio en una prisión bereber» (¡sic!). 

Estás a punto de desmayarte cuando Brad Thor da otra vuelta de tuerca, pues Jefferson, a la mitad de la lectura del Quijote, descubre un «criptograma ingeniosamente oculto» que obviamente logra descifrar, para eso es un tipo culto y viajado. Se trata un mensaje sobre la última revelación de la vida de Mahoma, omitida en el Corán, que bien podría cambiar el mundo islámico (¿Qué iba a cambiar la verdad revelada en El código da Vinci?) Así pues, se trata de encontrar ese mensaje que estaría en la edición que tenía Jefferson del Quijote, nada menos que una primera edición en la que dejó las notas del dichoso mensaje. 

¿Y cómo llegó esta revelación al Quijote? Rizando el rizo, aparece la figura de Al-Jazari, científico árabe del medievo que inventó un aparato para ocultar ese mensaje sobre la vida del profeta, el cual encontraría Cervantes (¡quinientos años después!) durante su cautiverio en Argel, para insertarlo cifrado en su Quijote. Ahora sí que te desmayas. Tras la recuperación llegas al final de Misión Cervantes desfondado y sin aliento, aunque feliz por haber terminado esta disparatada historia que no la arreglaría ni un encantamiento del sabio Frestón. 

No hay duda del trasfondo ideológico de la novela y del autor, situado en las posiciones más conservadoras del llamado choque de civilizaciones. Tampoco cabe duda de que The last patriot es un burdo artefacto propagandístico, tan obvio que produce sonrojo. No te extrañaría que muchos magos de hoy en día la tuviesen como libro de cabecera. Tampoco te sorprende leer que esta es la novela más polémica de Brad Thor por cuanto muchos la consideran una novela antiislamista. Incluso algunos comentaristas, con evidente cálculo comercial, lo han llegado a comparar nada menos que con Salman Rushdie (!), verdadero escritor, autor por cierto de un Quijote, amenazado de muerte por Irán e islamistas radicales desde 1989 por publicar la novela titulada Los versos satánicos.   

Dejas aquí la Misión Cervantes, cansado de tanta fast food y de tanta impostura histórica.




martes, 1 de abril de 2025

"La aventura secreta de Cervantes", de Leandro Sagristà


La aventura secreta de Cervantes
comienza cuando Leandro Sagristà encuentra un viejo manuscrito firmado por un tal Antonio del Rincón. El autor lo reescribe y actualiza su lenguaje para poder publicarlo, cosa que hace en el centenariable año 2016 en la editorial Algar. 

El manuscrito lo escribe el propio Rincón en 1641 desde la cárcel de Sevilla, guiño al origen del Quijote, para dejar testimonio de que él y su amigo Diego Velázquez fueron los personajes en los que se inspiró Miguel de Cervantes para escribir una de sus Novela ejemplares, la titulada Rinconete y Cortadillo. Rincón relata en primera persona cómo ambos llegaron a Sevilla y cómo el azar los colocó en el camino de Cervantes. 

Antonio del Rincón y Diego Velázquez son dos jóvenes quinceañeros que en la última década del siglo XVI se convierten en expertos jugadores de cartas que  despluman al primero que tiene la mala fortuna de cruzarse con ellos. Con esta habilidad salen de Trujillo en el año 1593 en busca de libertad y fortuna, como hicieran antes otros ilustres paisanos, y van a parar a la cosmopolita ciudad de Sevilla. Allí comienzan su carrera de pícaros estafadores profesionales protegidos por la Hermandad de la Garduña, rebautizados como Rinconete y Cortadillo, el primero por el apellido, el segundo por las heridas que tiene en la cara. 

Pronto ganan renombre en la ciudad, y un día, un extraño los contrata para un pequeño encargo. Deben robarle a un funcionario la bolsa de la recaudación, que no es otro que Miguel de Cervantes, a la sazón Comisario Real de Abastos en la capital andaluza. En realidad, lo que se esconde tras el robo es su intento de asesinato, pero los jóvenes no son conscientes. El malvado plan fracasa. Cervantes se defiende bien con la espada y se lleva inconsciente al joven Rincón con el fin de descubrir quién está detrás de todo. Tras destapar el engaño del que han sido víctimas, Rincón y Velázquez se ponen al servicio de Miguel de Cervantes.  

Cervantes tiene cierta fama y amigos en Sevilla, no en vano lleva residiendo allí de manera más o menos fija desde 1586. Uno de estos amigos es Tomás, el dueño de la posada en la que vive. En el proceso de las indagaciones, Cervantes y Rincón entablan amistad, y le enseña a escribir poemas, para lo que lee a los clásicos y a los grandes poetas hispanos como Garcilaso. De modo que Rincón, además de las armas, descubre las letras, aunque para él tengan un sentido más práctico: enamorar a Isabel, la hija del posadero. 

La intriga se resuelve tras las pesquisas que llevan a encontrar al enemigo de Cervantes, en un final intenso con espadas y sangre. Antonio del Rincón finalmente logrará casarse con Isabel y dejar la vida de truhan con el permiso de la Hermandad de la Garduña. 

Años más tarde, un viejo Cervantes dedicado a la literatura en cuerpo y alma, conviertirá a los dos jóvenes que conoció en Sevilla en personajes de ficción para su Rinconete y Cortadillo, publicada en 1613 junto al resto de Novelas ejemplares. Aunque en ella hay ciertas licencias que se tomará el autor de Quijote, como en la procedencia de los protagonistas, que en la ficción llegan a Sevilla procedentes de Toledo; o el nombre de la Hermandad de la Garduña reconvertida en el Patio de Monipodio, personaje que controla la actividad ilícita y criminal de Sevilla, con los protagonistas intentando compensar sus fechorías con donaciones a la iglesia para salvar su alma. En Rinconete y Cortadillo el final se queda abierto. Cervantes no cuenta si los dos amigos dejaron el hampa y se enderezaron. Algunos piensan que Cervantes tenía previsto continuarla, cosa que nunca hizo.  

La aventura secreta de Cervantes es una novela bien escrita, con ritmo y un lenguaje rico y preciso, con un Cervantes retratado como un personaje honesto, inteligente, valiente y hábil en el manejo de la espada y por supuesto de la pluma. Leandro Sagristà escribe una estupenda novela que enriquece el universo cervantista y seguramente también el de sus potenciales lectores.