jueves, 19 de junio de 2025

"Esa enfermedad incurable y pegadiza", de José Luís Pérez Pastor y Diego Marín A.


Esa enfermedad incurable y pegadiza es un librito que recoge los poemas que aparecen en las dos partes de Don Quijote de la Mancha. De esta recopilación, publicada en 2005 con motivo del cuarto centenario, se encargaron José Luís Pérez Pastor y Diego Marín A.. 

El título del libro procede del primer capítulo de la segunda parte, cuando Sansón Carrasco y don Quijote conversan sobre la fama alcanzada por éste tras la publicación del libro que recoge sus aventuras. El bachiller se refiere a la afición de don Quijote como «esa enfermedad incurable y pegadiza que tienen algunos de leer estos libro de caballerías», una enfermedad que sigue existiendo hoy en día y que no tiene cura, ni falta que hace. 

Señalan los autores que los géneros literarios que gozaban del favor del público en la época cervantina eran el teatro y la poesía, muy por encima de la novela, justo lo contrario de lo que sucede hoy en día. Cervantes inició su carrera literaria tentando a esos dos caminos, publicando sus primeros versos en un volumen en el que conmemoraba la muerte de la reina Isabel de Valois, esposa de Felipe II, con poemas que se insertaban en la tradición castellana y en las novedades introducidas por Garcilaso de la Vega. 

También se inició en la dramaturgia con dos obras, La Numancia y El trato de Argel, obras que no alcanzaron el ansiado triunfo de las de Lope de Vega. Fuera por esto o por su carácter fabulador, Cervantes se encaminó hacia la novela con La Galatea como ópera prima, el texto al que más cariño tuvo, por encima incluso del Quijote. Cervantes no cesó en seguir escribiendo teatro y poesía, con los Entremeses o su con extenso poema Viaje al Parnaso. 

«A pesar del éxito del Quijote, la espina que siempre tuvo clavada don Miguel fue la de no haber llegado a ser mejor poeta de lo que fue». No obstante, y a pesar de su enemistad, Lope de Vega tuvo buenas palabras para el Cervantes poeta.  

En cuanto al Quijote, señalan los autores: «sobre el armazón temático de una parodia a los libros de caballerías don Miguel había sumado ingredientes hasta construir un texto complejo, un libro de libros en el que se daban cita —entre burlas y veras— ejemplos y muestras de prácticamente todas las modalidades literarias de la época». Incluidas la poesía y el teatro.  

«Si pensamos que don Quijote está enfermo de ficción, ¿qué no pensar de que tantos personajes tengan poemas que proferir en un momento dado? Los poemas insertos en El Quijote no son sino una muestra más del tema central de la obra: la propia literatura y su relación con la vida».

En el inicio de la obra, Cervantes introduce poemas que parodian el estilo de los libros de caballerías, como los que dedican a don Quijote, Urganda, encantadora de Amadís de Gaula, el propio Amadís, don Belanís de Grecia, Orlando el Furioso o el Caballero del Febo; o el que le dedica Oriana, amada de Amadís, a Dulcinea del Toboso; o Gandalín, su escudero, a Sancho Panza; o el que termina con el graciosísimo diálogo entre Babieca, caballo ilustre del Cid Campeador y Rocinante.  

A lo largo de la novela van apareciendo otros poemas que expresan los sentimientos de los personajes, como la melancolía o el amor idealizado, o canciones pastoriles que ensalzan la vida bucólica, o textos satíricos y burlescos que aportan humor a la narración. Por supuesto, estos poemas forman parte de la propia trama y tienen una función importante que va más allá del mero ornamento. Todos estos poemas están recogidos en este libro. 

Estos versos son una breve muestra del más de medio centenar de poemas que aparecen en el Quijote y atestiguan el genio poético de Miguel de Cervantes. 


De Uganda la desconocida son estos versos de este poema de cabo roto.

«De un noble hidalgo manche—

contarás las aventu—

a quien ociosas letu—

trastornaron la cabe–

que cual Orlando furio–

templado a lo enamora–

alcanzó a fuerza del bra—

a Dulcinea del Tobo–».


En el segundo capítulo don Quijote habla a las mozas de la venta con estos versos.

«Nunca fuera caballero

de damas tan bien servido

como fuera don Quijote

cuando de su aldea vino:

doncellas curaban dél; 

princesas, del su rocino».


En el capítulo XXVI, don Quijote enamorado canta a su amada Dulcinea tras enviar a Sancho para entregarle una carta. 

«Árboles, yerbas y plantas

Que en aqueste sitio estáis

Tan altos, verdes tantas,

Si de mi mal no os holgáis

Escuchad mis quejas santas

Mi dolor no os alborote, 

aunque más terrible sea, 

pues, por pagaros escote, 

aquí lloró don Quijote

ausencias de Dulcinea

del Toboso».


En el capítulo LXVIII de la segunda parte, derrotado por el Caballero de la Blanca Luna, don Quijote emprende camino de regreso a su hogar y después de toparse con una piara de cerdos, don Quijote se pone a recitar tras no convencer a Sancho que se dé los azotes necesarios para desencantar a Dulcinea. 

«Amor, cuando yo pienso

En el mal que me das, terrible y fuerte, 

Voy corriendo a la muerte,

Pesando así acabar mi mal inmenso:

Mas, en llagado al paso

Que es puerto en este mar de mi tormento, 

Tanta alegría siento

Que la vida se esfuerza y no le paso.

Así el vivir me mata, 

Que la muerte me torna a dar vida,

¡Oh condición no oída, 

la que conmigo muerte y vida trata!»


El último poema es el sentido epitafio que le dedica el bachiller Sansón Carrasco a don Quijote después de que el escribano diera testimonio de su muerte para evitar que otro autor como Avellaneda pueda resucitarlo falsamente.

«Yace aquí el Hidalgo fuerte

que a tanto extremo llegó

de valiente, que se advierte

que la muerte no triunfó

de su vida con su muerte.

Tuvo a todo el mundo en poco

fue el espantajo y el coco

del mundo, en tal coyuntura

que acredito su ventura

morir cuerdo y vivir loco»




martes, 17 de junio de 2025

"Instrucciones para olvidar el Quijote", de Fernando Savater




Instrucciones para olvidar el Quijote y otros ensayos generales, publicado por la editorial Taurus en 1985, recoge una serie de artículos escritos por Fernando Savater para prensa o revistas especializadas. En su mayoría están dedicados a la literatura, al arte o a la filosofía. En ellos reflexiona sobre la obra de autores como Goethe, Salgari o Kafka, como Stevenson u Homero, a cuya Odisea dedica estas hermosas palabras: «No conozco obra más adecuada para encerrarse en ella resueltamente, echar el candado al ansia de novedades y perder la llave, que la narración de las peripecias del retorno de Ulises. Allí está todo». Por supuesto, no olvida a Cervantes en un artículo titulado paradójicamente Instrucciones para olvidar el Quijote. Es el artículo que abre el libro y el que le da nombre. Lo escribió para Radio Alemana del Norte sobre una conferencia pronunciada en el Palacio de las Naciones de Ginebra. 

El título de este ensayo traído al Cervantario, Instrucciones para olvidar el Quijote, es una provocación del autor que, obviamente, no se refiere a la novela, sino a la utilización que se ha hecho de ella y del personaje a lo largo del tiempo, convirtiéndolo en «un mito nacional, un ideal irónico, o la silueta de una concepción del mundo». El problema que encuentra Savater es que el personaje ha salido de la novela para convertirse en mito, en personaje sagrado, y lo que propone es desacralizarlo y devolverlo a la novela de la que nunca debió de salir. «Cuanto menos atención se presta al texto, más se acentúan en el personaje exento los rasgos menos inocentes de un prototipo sobrecargado. Hasta tal punto que podría decirse, sin paradoja excesiva, que la mejor forma de comenzar a olvidar el Quijote es leerlo».

Fernando Savater juzga a don Quijote en tanto que mito, al que los escritores románticos, y más tarde Unamuno, subieron a los altares transformado en personaje trágico, y como todos los personajes trágicos desde Sófocles, no escucha los avisos ni las advertencias de quienes le rodean, sino que «reitera su obsesión y pasa de largo hasta su destrucción final». «La clave de todos los falseamientos y malversaciones del quijotismo vienen a parar siempre en lo mismo: en una amputación del humor del personaje». Buen ejemplo de esto es la Vida de Don Quijote y Sancho de Unamuno, «quizá porque don Miguel no andaba demasiado sobrado de humorismo».

Respecto al humor, señala el autor que «es una de las mercancías literarias que más difícilmente conservan su frescura» debido a que la sensibilidad cómica varía mucho más con el tiempo que la trágica. Seguramente, el Quijote en su día debió de provocar más risas que cuatrocientos años después, ya que «lo más duradero del Quijote coincide con el tipo de comicidad más primitiva, con las escenas de garrotazo y tentetieso propias del masoquismo melancólico de Charlot». En este sentido el Quijote es una obra que contiene grandes dosis de brutalidad. A decir de Nabokov, se trata de «una verdadera enciclopedia de la crueldad».  Observa Fernando Savater que «la comicidad del Quijote se ha ido espiritualizando con los años haciéndose más agria y malvada […] Crece así la tentación de olvidar el carácter esencialmente festivo de la novela y de convertirla en una parábola moral o —aún peor, mucho peor— en un apólogo político».

En cuanto al modelo del Quijote como «espejo de la acción cívica», a pesar de los elogios que hace Cervantes de la libertad, o de alegato contra la expulsión de los moriscos, señala Fernando Savater que desde la perspectiva actual, don Quijote deja mucho que desear a este respecto, pues se empeña en primar las armas sobre las letras, es decir, la fuerza sobre las leyes. «A la evidente paradoja de que una de las virtudes de las armas sea la de poner fin a la guerra ya nos tienen acostumbrados los discursos legitimadores de la hoy llamada disuasión nuclear, modelo político que, difícilmente, sin embargo, calificaríamos de quijotesco. Salvo, por supuesto, en lo que tiene de locura».

Savater critica a quienes se empeñan en hacer del caballero emblema de la condición humana, y más a quienes «lo han querido convertir en antonomasia del carácter español, sobre todo en el terreno político […] Si por quijotismo entendemos la vocación de luchar desinteresadamente por causas nobles y perdidas, nada en Cervantes ni en la historia nos indica que esa característica sea más frecuente entre españoles que entre ciudadanos de otros pueblos».

Sobre el Quijote como ideal político también apunta que es peligroso puesto que «el voluntarismo quijotesco cree poder conseguir por la fuerza del brazo cuanto acontece en el pecho». Esto lo vio también Thomas Mann en su Travesía marítima con don Quijote, cuando se preguntaba: «¿Qué especie de personaje sería un don Quijote antiidealista, un don Quijote pesimista y sombrío, un don Quijote de la brutalidad y que, no obstante, siguiera siendo don Quijote?» Es obvio en quién pensaba Thomas Mann cuando escribía esto desde el barco que atravesaba el Atlántico hacia su exilio americano justo unos meses después de que los nazis se hicieran con el poder en su Alemania natal. Fernando Savater incide en la idea «de estos [Quijotes de la brutalidad] tampoco han faltado en la reciente historia de España, pues a fin de cuentas siempre hay algún temible fanático de nuestro “héroe nacional” dispuesto a bendecir como quijotescas la audacia de Tejero o las atrocidades de los terroristas de ETA». 

Continúa Savater señalando que este Quijote no es un modelo a seguir sino a exorcizar, como bien hizo Franz Kafka en su breve nota titulada "La verdad sobre Sancho Panza” incluida en sus Meditaciones, en la que don Quijote en realidad forma parte de la imaginación de Sancho Panza convertido en uno de sus “demonios” de ficción que lo acompañará durante toda su vida.

Fernando Savater destaca al fin uno de los aspectos que nunca debemos olvidar del Quijote, «el único que continuará siendo inatacable, recto, sin tacha: el fracaso [...] Este fracaso inalterable, refulgente, es quizá la más actual y permanente lección que don Quijote puede ofrecer […] al lector individual de una cultura adoradora del éxito a toda costa».

«En cuanto a héroe nacional, en cuanto a adalid político, en cuanto absurdo prototipo de un españolismo de Inquisición y tentetieso, don Quijote es una equivocación o un fraude; pero en cuanto a ángel traicionado por sí mismo y expulsado del propio paraíso de sus sueños, debe ser nuestro amigo, quizá nuestro cómplice.»

Finaliza el artículo señalando que «olvidar su mito interesado o irracionalmente manipulado, es recuperar la novela memorable y hacernos dignos de la tradición sonriente y civilizada que la posibilitó».










martes, 10 de junio de 2025

"Menudas Quijostorias", de Nieves Concostrina


Nunca fue tarea fácil acercar la historia al gran público. La periodista Nieves Concostrina tiene el mérito de haberlo logrado. Desde los micrófonos de la radio y desde las páginas de sus libros, la rodalquilense (como la gran Carmen de Burgos) saca más de una sonrisa a escuchantes y lectores con su interpretación crítica y mordaz, a veces tierna, de la historia. Critica y mordaz con autócratas y poderosos sin escrúpulos, tierna y cercana con subalternos y víctimas de abusos de todo tipo, que son los grandes olvidados del relato histórico.


Bajo este prisma, en Menudas Quijostorias, Nieves Concostrina aborda el Quijote, desde dentro (el autor y la obra) y desde fuera (el contexto histórico), logrando quitarle una capa de la pátina académica de los ríos de tinta que se han vertido, y situándolo en un lugar en el que a Cervantes le habría gustado, en el del lector raso.

La obra se compone de una introducción titulada “Un escritor entre dos siglos, tres reyes y catorce papas”, una primera parte dedicada a “Don Quijote y Don Miguel”, una segunda parte en la que la autora introduce al lector en “La España de la época” y un epílogo que bajo el nombre “La farsa de unos huesos” aborda la muerte, el funeral y la controvertida búsqueda de la tumba de Cervantes. 

En la primera parte, Nieves Concostrina escribe con su estilo inimitable, lleno de humor, pero no exento de rigor, sobre el origen tanto intelectual, en la cárcel de Sevilla o en la Cueva de Medrano, como físico del Quijote, con la aparición del editor Robles y la premura con la que se hizo todo porque Cervantes necesitaba el dinero.

«Desde cinco o seis años antes de la impresión del Quijote, las aventuras del hidalgo eran conocidas en forma de novela corta que recogía un par de aventurillas. Esa novelita, que había corrido como manuscrito, copiada a mano, disfrutó de relativo éxito, y como Cervantes no vio un céntimo de aquella obra, pensó: pues si a la gente le está gustando tanto la novelita, voy a ver si la amplío, la hago más gorda y le saco unos cuartos. Esa novela ampliada es la que le ofrece a un librero de Valladolid, Francisco de Robles, con quien tenía cierta amistad […] Le hizo firmar la cesión de derechos y le dio una birria de adelanto […] Se sabe que no fueron más de 100 ducados, una cantidad irrisoria que tira el alma a los pies, […] pues 100 ducados equivaldrían a 200 euros. Es lo que debió cobrar Cervantes por ceder al editor una de las obras más grandiosas de la literatura universal.» 

También aborda determinadas situaciones de la época que Cervantes recogió en el Quijote. Por ejemplo, el tema de los escribanos sale a relucir a partir de la carta que manda don Quijote a Dulcinea desde Sierra Morena. Don Quijote le pide a Sancho que busque a un maestro de escuela o un sacristán para que pase a papel la carta que el pobre Sancho ha memorizado, porque estos escribían con una letra cortesana legible, y no a un escribano puesto que estos usaban la letra procesada, una letra ilegible que desfiguraba la traza y alargaba exageradamente sin separar las palabras, porque así ocupaban más espacio y como cobraban por planillas el precio se incrementaba. Así, don Quijote le dice a Sancho: «no se la des a trasladar a ningún escribano que hace la letra procesada que no le entenderá Satanás». «Queda claro que en tiempos de don Quijote, al último que había que recurrir para escribir una carta era, curiosamente, a un escribano.»

La segunda parte de Menudas Quijostorias aborda más aspectos sociales, como el matrimonio, los libros de caballerías, la higiene y la medicina, los hidalgos pobres, los disciplinantes, la Santa Hermandad, los moriscos, las comidas o las peculiares modas de la época, como las de los hombres que llevaban bragueta para marcar paquete, o la de las mujeres que comían barro para tener la tez más blanca. Comer barro generaba un trastorno llamado opilación que «provocaba anemia y una extrema palidez. Era una moda muy extravagante tan extendida durante el Siglo de Oro que quedó plasmada en obras de arte, en romances, en teatro… Un verso de finales del siglo XVI decía: “Niña del color quebrado, o tienes amores o comes barro”». Al parecer, el búcaro que la menina María Agustina Sarmiento ofrece a la infanta Margarita en el famoso cuadro de Velázquez no era para beber agua sino para comer. 

Termina el epílogo dedicado a los restos de Cervantes con el epitafio que le dedicó el cervantista Luis Astrana Marín: 
«Que todo el monasterio le sirva de tumba. Y tenga sus cenizas, como sus obras, como su nombre, larga y feliz prosperidad. Llórele la Tierra, hónrele la Patria, gócenle los Cielos.» 

Menudas Quijostorias es un libro que nos hace pasar un buen rato, viajando y aprendiendo con Nieves Concostrina. El mérito de este libro es que es imposible leerlo sin una sonrisa, a veces una carcajada, como ocurre con Don Quijote de la Mancha.

«Vale.»



sábado, 7 de junio de 2025

"Dulcinium. El amor perdido de Cervantes", de Angela Rodicio


Uno de los atractivos del universo cervantista es que su fondo librario tiende al infinito. Cervantes y el Quijote siempre son una buena excusa para lanzarse a escribir un libro, y el tema suele ser garantía de que una editorial lo publique. Entre el maremágnum de publicaciones cervantinas encuentras una que te llama la atención porque está dedicada a un personaje fundamental del Quijote: Dulcinea de Toboso. Se titula Dulcinium. El amor perdido de Cervantes, de Ángela Rodicio.

Este mundo cervantista es una caja interminable de sorpresas. De repente aparece una leyenda desconocida y maravillosa procedente de una ciudad costera de Montenegro. Cuenta una leyenda local que en esta ciudad estuvo cautivo Cervantes tras la batalla de Lepanto y antes de su cautiverio en Argel. La ciudad se llama Ulcinj, Úlchiñe en castellano, la Dulcinium romana. Al parecer, Cervantes, malherido por los arcabuzazos recibidos en la batalla, habría sido llevado hasta Úlchiñe tras ser capturado por la flota enemiga. Allí se recuperaría de las heridas y tendría un romance con la hija del gobernador Lika Bey. Este amor que nunca olvidaría sería el origen del personaje de Dulcinea de Toboso, un nombre rescatado de la memoria de los días felices pasados en la ciudad de Dulcinium.

Ángela Rodicio fabula con la idea de que la leyenda es verídica y de que aquí sacó Cervantes al amor platónico de don Quijote. La autora fue corresponsal de la guerra de los Balcanes en los años noventa, de ahí su interés por la zona. Muchos años después regresa para rastrear la historia de la localidad montenegrina de Dulcinium. Atraída por la leyenda, decide viajar hasta allí para conocerla de primera mano. De este viaje nacerá esta obra, Dulcinium. El amor perdido de Cervantes. 

«Me detuve a saborear aquel tiempo en Dulcinium. Hacía cábalas sobre el contexto de aquella aventura amorosa destinada a traspasar las fronteras de la geografía y del tiempo. Me vino a la mente la historia de amor de dos colegas enamorados en sus días de encierro en Kuwait a manos iraquíes durante la contienda del Golfo de 1991. Me confesaron haber sentido gran pena al ser liberados, porque debían volver a su realidad. Cervantes volvería a la España de Felipe II en los albores del ocaso de un imperio con pies de barro».

Dulcinium es un libro inclasificable, ecléctico, con cierto aire poético, mezcla de autobiografía, novela de ficción, libro de viajes, investigación periodística y relato histórico-literario. Es un collage en el que Ángela Rodicio se deja llevar por el halo misterioso de los supuestos amoríos cervantinos en las exóticas y peligrosas tierras montenegrinas.

Lo más atractivo de la obra es la parte autobiográfica en la que la escritora viaja desde Sarajevo hasta Úlchiñe para investigar sobre la leyenda. Aquí conoce a dos personajes, Editha Evrenos, la bibliotecaria,  y Amik Spaho, aficionado a la historia y dueño de una joyería. Con ambos hablará largo y tendido sobre el tema cervantino. «Tu compatriota Servet (así llaman a Cervantes) estuvo aquí prisionero. Los corsarios le tenía allá arriba en la fortaleza. Se enamoró de la hija del bey. La verdadera Dulcinea», le dice Spaho a Rodicio.  

El relato autobiográfico se va intercalando con retazos de la historia de Carlos V y Felipe II y su enfrentamiento con el Imperio Otomano; con aquellos fragmentos del Quijote referidos a Dulcinea y al el cautiverio de Argel donde se podría insinuar una relación con la leyenda de Dulcinium; y con la investigación que realiza a través de las notas sobre la lectura de la obra de Astrana Marín con las que intenta encajar la leyenda en la biografía oficial de Cervantes. «La vida de Cervantes es un auténtico agujero negro biográfico —escribe Francisco Rico para referirse a los nueve años transcurridos entre Lepanto y su regreso a España— En estos casos solo se puede recurrir a la propia lectura del interesado o a la ficción». Por este agujero intenta colarse la autora con esta leyenda. 

La autobiografía se convierte en novela de intriga cuando Ángela Rodocio narra su propio secuestro y el de Editha la bibliotecaria a manos de unos mafiosos contrabandistas que buscan dinero. La autora se pone así en la piel de Cervantes en su cautiverio. Será Spaho, el joyero, quien resuelva la situación pagando el rescate. Esta parte es la más novelesca, pero en el totum revolutum que es este libro todo es posible; hasta tienen su encanto los momentos líricos de la narradora cada vez que se asoma a la ventana de su hotel frente al mar. 

Terminas de leer esta obra y te quedas con la sensación de que da igual que Cervantes estuviese o no cautivo en Dulcinium. Seguramente no lo estuvo, pero la existencia de esta leyenda rescatada por Ángela Rodicio ofrece una idea de trascendencia de un escritor como Cervantes a quien la salen pretendientes a lo largo y ancho del mundo. Por supuesto, esta leyenda hace que la visita a Dulcinium merezca la pena. 

«Dulcinea es su grito de protesta. La rebelión de Cervantes de aquella España a años luz de las composiciones renacentistas de las que había bebido en sus años de sueños, de estudios, de sed de aventuras y gloria […] Su Dulcinea del Toboso como antítesis de la doncella adornada con todos los atributos de la belleza, delicada y rica que había amado en sus tiempos de cautiverio en Dulcinium. Cuando se puede entender que la locura sea preferible a la cordura. ¿Qué podría ser más cuerdo para él que aquella locura? Su Quijote se convierte en la mayor rebelión que un anciano puede concebir contra los sueños rotos de la juventud».