Año 1995. Empezabas la universidad y tenías pendiente una lectura adulta del Quijote. Lo habías intentado antes con la edición comentada de Martín de Riquer, pero los comentarios te despistaban continuamente, echando por tierra cualquier intento de conseguir un buen ritmo de lectura.
Pusiste remedio comprando una edición sin aparato crítico. Se trataba de una edición barata (295 pesetas) en papel de poca calidad, publicada un año antes por Ediciones PML (¿..?) para su colección de clásicos españoles. Lo del papel malo era fantástico porque así el libro pesaba poco y era manejable a una sola mano. Esta edición, que es la que aparece en las imágenes, lo tenía todo, era perfecta.
Más que saber el significado de tal palabra o expresión, lo que necesitabas era hacerte con el lenguaje cervantino, hacer lectura como una forma de hacer oído, acostumbrarte a escuchar esa música, y para eso necesitabas leer sin desviar la mirada continuamente a la parte inferior de la página.
La estrategia funcionó. Por fin te viste disfrutando de la lectura del Quijote, riendo como nunca lo habías hecho con una novela, lanzado cuesta abajo y sin frenos.
Después vinieron lecturas más serias y atentas, pero ninguna fue tan divertida como la de 1995.
CAPÍTULO II«Casi todo aquel día caminó sin acontecerle cosa que de contar fuese, de lo cual se desesperaba, porque quisiera topar luego luego con quien hacer experiencia del valor de su fuerte brazo. Autores hay que dicen que la primera aventura que le avino fue la del Puerto Lápice, otros dicen que la de los molinos de viento; pero lo que yo he podido averiguar de este caso, y lo que he hallado escrito en los anales de la Mancha es que él anduvo todo aquel día, y, al anochecer, su rocín y él se hallaron cansados y muertos de hambre, y que, mirando a todas partes por ver si descubría algún castillo o alguna majada de pastores donde recogerse y adonde pudise remediar su mucha hambre y necesidad, vio, no lejos del camino por donde iba, una venta, que fue como si viera una estrella que, no a los portales, sino a los alcázares de su redención le encaminaba. Diose priesa a caminar y llegó a ella a tiempo que anochecía». (p. 36)
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