Stephen Marlowe vivió en España durante varios años en la década de 1960, principalmente en Torremolinos. En esa época, la localidad malagueña era un lugar que atraía a artistas y escritores. Uno se podía cruzar por la calle nada menos que con Jean Cocteau, Orson Welles, Marlene Dietrich, Brigitte Bardot, Allen Ginsberg o Jack Kerouak. Durante su estancia en España, Marlowe se interesó por su historia y su cultura, lo que se reflejó en varias de sus obras, como Las memorias de Cristóbal Colón, de 1987 o La muerte y la vida de Miguel de Cervantes, publicada en Gran Bretaña en 1991.
En España la publicó Plaza & Janes dos años después, en la traducción de José Luis Fernández de Villanueva y con el título de Vida (y muertes) de Cervantes. Esta es la edición de tu Cervantario. No entiendes el cambio de título en España ya que la estructura se corresponde más con el del original en inglés. La mitad de la novela está dedicada a “La muerte de Miguel de Cervantes”, es decir, a las veces que estuvo a punto de que lo mandaran al otro barrio durante su juventud, en Madrid, en Lepanto o en Argel. La segunda se titula “Vida de Cervantes” y narra desde que regresó a España tras su cautiverio hasta la publicación de la segunda parte del Quijote, poco antes de su fallecimiento el 22 de abril de 1616.
Se trata de una novela extensa, de unas 600 páginas, y extraña, en la que el autor deja volar la imaginación para fabular con la biografía de Cervantes. Por ejemplo, lo emparenta nada menos que con Cristóbal Colón como antepasado suyo. Además, varios personajes recorren la novela al lado del protagonista, como su hermano pequeño Juan (Juan el Oscuro, le llama), que murió muy joven, o su hermana Andrea, a quien el autor imagina adoptada por los padres de Cervantes, o Cide Hamete Benengeli, personaje que le salva la vida en Argel para terminar convertido en el autor del Quijote. Incluso el narrador, que es el propio Cervantes, se desdobla en ocasiones para ofrecer una especie de diálogo entre Marlowe y Cervantes sobre el proceso de escritura.
No sería fácil la ingente tarea de novelar la vida de un personaje tan vital e inquieto como Cervantes, siempre dando tumbos de un lado a otro, “cuántos caminos anduvo Cervantes, cuánta polvorienta trocha, cuánto sudor de agosto y cuántos hielos de febrero, cuánta arruinada venta, soledad y campo…”(Trapiello dixit). Cuenta el narrador: «Lo que aprendí acerca de escribir era fundamentalmente esto. Que la primera cosa que tiene que hacer un escritor de ficción es suspender voluntariamente —y no sólo voluntariamente, sino gozosamente— su propia incredulidad».
Stephen Marlowe sin duda se divirtió metiéndose en la piel de Miguel de Cervantes.
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