martes, 25 de marzo de 2025

"Los refranes esotéricos del Quijote" de Julio Peradejordi



El universo cervantista es infinito y uno no sabe lo que se puede encontrar cuando se adentra en la selva de publicaciones relacionadas con el Quijote o con su autor. Una de estas rarezas es la que encontraste hace unos años en la librería Bazar del TBO, uno de los  paraísos de ocasión de los que se alimenta el Cervantario. Se trata de un librito de ciento siete páginas titulado Los refranes esotéricos del Quijote, de Julio Peradejordi, publicado, cómo no, en el año 2005 por Ediciones Obelisco. 

El autor parte de la premisa de que Cervantes era, si no judío, cosa harto improbable en la imperial España de Felipe II, sí judeoconverso o marrano, afirmación que deduce, que ya es mucho deducir, por el oficio del padre de Cervantes, que era barbero, profesión que en aquellos tiempos iba más allá de cortar el pelo y la barba, pues un barbero hacía las veces de dentista, médico y cirujano, todo sin anestesia y sin mucho conocimiento; y aunque no exclusivo, sí era oficio relativamente común entre la comunidad sefardí. Huelga decir que los judíos hispanos fueron expulsados por los muy católicos reyes Isabel y Fernando ciento trece años antes de la publicación del Quijote, y que los que quedaron, no muchos, fueron los conversos-bautizados-libremente-en-la-fe-romana que tenían a la Inquisición en la puerta de su casa por si estornudaban en hebreo sefardí. 

Siguiendo estos contundentes razonamientos, señala Peradejordi que «el libro es un intento desesperado de comunicar in extremis una sabiduría condenada a desaparecer», y que «Cervantes tiene que hablar en clave si no quiere ser tildado de judaizante», es decir, que un Cervantes clandestino descendiente de judeoconversos escribió el Quijote en clave para transmitir un mensaje oculto que solo podía ser descifrado a la luz de la Cábala. «Considero que el texto de El Quijote es la excusa para decir lo que no puede ser dicho y que Cervantes nos ofrece suficientes pistas para que le leamos con otros ojos». 

Eso se propone Julio Peradejordi en esta obra, desentrañar el mensaje oculto del Quijote, aunque se centra solamente en algunos refranes y en algunas expresiones que aparecen en la obra. Por ejemplo, llega a afirmar que los errores que han señalado muchos cervantistas en el Quijote no son tales, «sino guiños que brinda al lector atento y conocedor de la Cábala». Los rocambolescos argumentos que defiende el autor para justificar estas afirmaciones son del tipo «cuando Sancho habla de “el cris del sol y de la luna”, no se refiere al eclipse, como dice don Quijote en la frase siguiente, sino al crisol de los alquimistas» (sic). 

Con estos mimbres cabalísticos, el autor aborda las hipótesis sobre el nombre y la patria de don Quijote, y sobre algunos refranes que aparecen en la obra (y, sorpresa, también que no aparecen). Sobre la patria realiza otra de esas afirmaciones antológicas de las que está plagado el libro. Señala que Cervantes eligió La Mancha porque «resultaba ideal para alguien que está “manchado”, o sea alguien cuya “sangre no está limpia”, es decir que no es un “cristiano viejo”» (sic). 

Y así todo el libro, que seguramente solo podrán disfrutar aquellos lectores acostumbrados a leer a la luz de la Cábala, lo que no es tu caso. No obstante, de tu lectura forzosamente oblicua y poco iluminada, extraes la conclusión, seguramente equivocada, de que quien busca cinco pies al gato, acaba encontrándoselos, y que quien mucho escudriña, mucho se imagina. 



miércoles, 12 de marzo de 2025

"Don Kijote Mantxa’ko", el Quijote vasco, traducido por Pedro Berrondo Lasarte



Te acuerdas de una intervención del Presidente Zapatero en el Congreso de los Diputados defendiendo el Quijote como obra universal y amalgama de los pueblos de España, y al portavoz del PNV, Iñaki Anasagasti, replicándole que no era casualidad que don Quijote perdiera todas las batallas salvo la del vizcaíno, que terminó con sus huesos en tierra derribado por la espada del hidalgo manchego (momento en eterno suspenso gracias a la genialidad de Cervantes). Tuvo que ser en 2005, año del centenario, cuando ocurrió esto, tal vez en 2004, con un Zapatero recién llegado a la Moncloa. En cualquier caso, recuerdas que los líderes de los diferentes partidos salieron a la palestra con el Quijote debajo del brazo y lo utilizaron para arrimar el ascua a su sardina. Un espectáculo irrepetible. 

Tiempo después, en agosto de 2006, viajaste al País Vasco por vez primera, aprovechando que cuatro meses antes, el 22 de marzo, la banda terrorista ETA anunciaba un “alto el fuego permanente”. Con esta aparente tranquilidad (la tregua la rompería ETA en diciembre de ese mismo año con un atentado en la T4 de Barajas) visitaste pueblos de la costa vasca, lugares históricos bien bonitos y bien cuidados y bien limpios y repletos de turistas (guiris y maketos) que aprovechaban la falsa tregua para visitar tierras vascas. 

Te fascinaba la idea de que en la Isla de los Faisanes de Hondarribia hubiese estado Velázquez en su último año de vida trabajando en los preparativos de la Paz de los Pirineos; o que en Lekeitio estuviese veraneando Isabel II cuando estalló en 1868 la Revolución Gloriosa que la dejaría sin trono; o que en el pueblecito de Guetaria naciera Juan Sebastián Elcano, que tenía una estatua, qué menos, aunque no sus restos, que descansan para la eternidad en el fondo del Océano Pacífico, donde le llegó su hora en el segundo intento por circunnavegar el planeta (segundas partes nunca fueron buenas). 

La parada en San Sebastián fue de lo mejor del viaje. La primera sorpresa fue encontrar un espléndido monumento de don Quijote y Sancho al inicio de la no menos espléndida playa de la Concha, que no dejaste de mirar y de fotografiar (monumento y playa). Después te adentraste en la Parte Vieja para disfrutar del espectáculo de sus callejas empedradas y de sus vetustos edificios, testigos mudos de la época en que veranear era sinónimo de San Sebastián, con la real familia borbona y toda su corte dando lustre y pompa a la ciudad. En una librería de la Parte Vieja te hiciste con los dos tomazos de Don Kijote Mantxa’ko, el Quijote vasco. 

Mucho tiempo atrás, el 8 de enero de 1977, una semana antes de tu llegada al mundo, publicaba El País la noticia de que por fin el Quijote se había traducido al euskera. Semejante gesta corrió a cargo del sacerdote guipuzcoano Pedro Berrondo Lasarte (1919-2002). Hasta entonces solo se había traducido el capítulo en el que don Quijote se enfrenta al vizcaíno, que seguramente es el que más veces había leído Anasagasti. Pedro Berrondo lo tituló en euskera Don Kijote Mantxa’ko. Fue publicado en San Sebastián por el editor José Estornés Lasa en dos tomos (la primera parte en 1976, la segunda en 1985), y sería reeditado en 2005 por el Ministerio de Cultura y la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País. Este último es el que forma parte del Cervantario, en una edición en tapa dura con unas portadas absolutamente geniales. 

«Aurrera denok batera», decía tu amigo Fermín Aristu mientras caminabais por las calles de Donosti con el Kijote Mantxa´ko en la mochila.

                          

El Kijote Mantxa’co comienza así:

« Mantxa-aldeko erri kokkor batean, bere izenik ez nuke gogoratu nai, bizi zan denbora asko ez dala etxeko-seme bat: lantza altxa-tokian, adarga zaar, zaldi igar ta erbi-zakur dun oietakoa. Bere ondasuna, lauttik iru ontantxe zi joakion: eguneroko eltzekoa, beikia oparago airikia baño, zezinkia ta giaroa, zartagiko lodia larunbat oro, lentejak ostiralean, eta usakumearen bat igandetako goxagarri». 











 Monumento a don Quijote y Sancho en San Sebastián

miércoles, 5 de marzo de 2025

"El despertar de Cervantes", de Vicente Muñoz Puelles



El despertar de Cervantes es una novela corta de Vicente Muñoz Puelles publicada en 2016 por la editorial Anaya, destinada a acercar la figura del autor del Quijote a un público juvenil. 

El autor plantea una trama basada en la aparición del fantasma de Cervantes en la ciudad de Madrid en pleno siglo veintiuno. El motivo de este despertar es un hecho real: la búsqueda de Cervantes comenzada en 2014 y concluida un año después con la aparición de una parte de sus restos en la iglesia del convento de las Trinitarias de la capital. Estos se encontraron fragmentados y mezclados con los de otros dieciséis difuntos entre los que probablemente se encontrara su esposa Catalina. Parece que Cervantes fue perdiendo huesos en el traslado de su cadáver a finales del siglo XVII desde la antigua a la nueva iglesia de las Trinitarias construida en el mismo convento. 

En la novela, los operarios que lo buscan despiertan a Cervantes, que sale de su tumba como un fantasma corporizado al que lo único que lo diferencia de cualquier humano es que no tiene sombra. Cervantes, descalzo y en camisón, sale a reencontrarse con las calles del Barrio de las Letras de Madrid, su barrio, descubriendo los enormes cambios que se han producido en los cuatrocientos años que ha estado bajo tierra. Igual que en la fantástica escena de la serie el Ministerio del Tiempo, Cervantes se queda sin palabras al comprobar en qué se ha convertido su don Quijote. En el periplo va asumiendo este nuevo mundo y también su póstuma gloria, conociendo a personajes que le acompañarán en esta segunda vida. 

Personajes como Sindolfo Lanza, presidente de la Sociedad Cervantina que se desmaya cuando descubre que no tiene sombra. O Masile, un inmigrante maliense con quien entabla una gran amistad mientras le ayuda a sobrevivir. Lo hacen interpretando a Don Quijote y a Sancho Panza para los turistas en la Plaza de Santa Ana y en la Plaza Mayor, hasta que una compañía los ficha para que actúen en el teatro. Cervantes se convierte de esta manera en su propio  personaje. La sorpresa final se la lleva cuando un director alemán lo contrata para rodar una nueva versión del Quijote y en el rodaje se cruza con el fantasma de Orson Welles quien reconoce a Cervantes. Inmediatamente se hacen amigos y charlan de la obra que tanto obsesionó al director norteamericano. Ni qué decir tiene que esta película será la que no pudo terminar en vida, con un final memorable en el que don Quijote derrota al bachiller Carrasco. 

En un momento dado, Welles le dice a Cervantes: 
«La figura de don Quijote te atrapa y la de Sancho Panza te conquista para siempre. No se agotan sino que se convierten en fantasmas, como nosotros. Parecen desvanecerse como el celuloide de una película antigua pero siempre están ahí, entre la niebla, esperando volver».




Placa escultórica en el convento de las Trinitarias, donde está enterrado Cervantes.