Ya se sabe que los centenarios los carga el diablo. Ya se habló aquí del cuarto centenario de la publicación del Quijote y de la explosión de eventos que hubo. Algo parecido ocurrió cien años atrás, en 1905, con motivo de la celebración del tricentenario, cosa de la que se hizo eco hasta Ortega y Gasset desde Alemania, y no para bien, en su epistolario. Por esas fechas el país andaba relamiéndose las heridas del desastre de Cuba, con un rey recientemente entronado , una clase política enredada en el turnismo, el caciquismo y la corrupción, y un grupo de intelectuales que denunciaban los males de aquella España nuestra. Entre ellos estaban los de la llamada generación del 98, con Miguel de Unamuno, Azorín, Valle, Machado, Baroja y otros tantos.
Precisamente, los dos primeros aprovecharon la efeméride para publicar obras relacionadas con el Quijote, aunque Unamuno, en el prólogo a la segunda edición de Vida de don Quijote y Sancho, escribe que «coincidió por acaso y no de propósito», y que por tanto, añade, «no fue una publicación de centenario». Unamuno contaba entonces con 41 años y ya era rector de la Universidad de Salamanca, aunque su producción literaria y ensayística todavía estaba en ciernes: Del sentimiento trágico de la vida es del 12, Niebla del 14, Abel Sánchez del 17, La tía Tula del 21 y San Manuel Bueno, mártir del 30, por mencionar las más conocidas.
Escribe Unamuno que lo que pretende en Vida de don Quijote y Sancho es exponer lo que la lectura del Quijote le sugiere, puesto que «ya es el Quijote de todos y cada uno de sus lectores, y que puede y debe cada cuál darle una interpretación». Unamuno aborda en este ensayo a don Quijote y Sancho Panza como figuras que van más allá de la ficción literaria, convirtiéndose en símbolos de una forma de entender el mundo. Don Quijote representa el idealismo y una lucha constante por dar sentido a la vida, mientras que Sancho encarna la conexión con la realidad práctica y el sentido común. Hasta aquí, no se sale del guion. Lo que te sorprende de este ensayo es la soberbia de un Unamuno capaz de enmendarle la plana al propio Cervantes en más de una ocasión con la excusa de que la novela tiene vida propia ajena al autor. El colmo de la vanidad del vizcaíno se aprecia cuando recibe una carta del traductor de la obra al inglés avisándole de un error y él le responde que el error no es suyo, sino de Cervantes a la hora de traducir el texto de Cide Hamete Benengeli. ¡Toma ya!
Tras leer Vida de don Quijote y Sancho, te queda la sensación de superficialidad e improvisación de un Unamuno que va comentando capítulo a capítulo, uno detrás de otro, en una sucesión que se hace eterna, haciendo comentarios, las más de las veces espontáneos, algunos traídos por los pelos, muchos hoy en día totalmente desfasados, como si estuviera comentando el Quijote a un colega en un café, o mejor, a un cura en la sacristía. Se mantiene más fresco el Quijote de Cervantes que esta obra de Unamuno, a la que el paso del tiempo no le ha sentado bien.
Señala Unamuno que este libro (a la altura de 1913, que es cuando prologa la segunda edición) es el que más ventas había tenido de su producción hasta entonces. Para ti que Vida de don Quijote y Sancho sí que fue un producto de centenario, por mucho que se quiera zafar el autor.
El ejemplar que forma parte de tu Cervantario es la edición que publicó Círculo de Lectores en 1966 en tapa dura, con esa portada en la que se olvidaron del pobre Sancho, dejando a un triste y solitario don Quijote.
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