Una muestra del éxito del Quijote es que tras su publicación en 1605 no tardó en ser traducido a otros idiomas, cosa de la que se hace eco el bachiller Sansón Carrasco en la segunda parte del Ingenioso hidalgo. En vida de Cervantes se tradujo al inglés en 1612 y al francés en 1614, y a lo largo de la centuria del diecisiete, al italiano, alemán y holandés. La traducción portuguesa no llegó hasta finales del XVIII, a pesar de que se había impreso en castellano varias veces en Lisboa. Cabe recordar que en tiempos de Cervantes, Portugal formaba parte de monarquía hispánica tras ser coronado Felipe II en 1580. Incluso el propio Miguel de Cervantes residió durante dos años en la capital portuguesa en busca de los favores del rey, que por cierto nunca logró, para fortuna de la humanidad. “Para galas Milán, para amores, Lusitania”, escribiría tiempo después.
La explicación que se da a la tardanza en la traducción es que no era necesaria porque el público portugués leía y entendía perfectamente el Quijote y otros libros en castellano. La independencia portuguesa en 1640 contribuyó a que el castellano fuera alejándose paulatinamente de la vida de los portugueses, hasta el punto de que dejó de ser el segundo idioma en Portugal, sustituido por el francés que se convertiría en el “idioma culto” a lo largo del XVIII. Esto generó la necesidad de una traducción. La primera se hizo de forma anónima en 1794. La segunda, firmada a tres manos, se realizó en 1876. La comenzó el Vizconde de Castilho, la continuó el Vizconde de Azevedo y la terminó por Pinheiro Chagas.
Dom Quixote, el Quijote portugués, lo compraste en agosto de 2005 en la Feira da Ladra, el mercadillo de Lisboa por excelencia, una especie de Rastro en el que no faltaban tuercas oxidadas, muñecas rotas y otras cosas inservibles. El Quijote, a lo que se ve libro de poca utilidad, estaba inmerso en una enorme montaña de libros que parecía preparada para una hoguera. De ahí procede este libro de portada negra con letras doradas que hoy reside en un lugar de la Mancha junto a otros compañeros de armas.
De los lisboetas escribió Cervantes: “Son agradables, son corteses, son liberales y son enamorados porque son discretos; y que la hermosura de sus mujeres admira y enamora”.
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